Ascenso complicado al Tres Kandú

Los últimos cuatro relatos de viaje fueron sobre Bolivia (y sigo teniendo algunas anécdotas divertidas para contar). Pero ahora les voy a contar del día que quisimos subir al cerro Tres Kandú, en el centro de Paraguay.

Esta historia se remonta a enero del 2018. Habíamos planificado un viaje de 10 días por Paraguay con dos de mis mejores amigos (Fer, paraguayo, y Tomi, argentino). Lo habíamos armado con algo de un mes de anticipación, pero terminó siendo uno de los viajes más desorganizados de nuestras vidas.

Teníamos una premisa, que era no pagar nada por alojamiento. Nada de nada (estábamos algo cortos de dinero). Llegamos a Iguazú en avión, cruzamos a Paraguay, y nos hospedamos unas noches en Hernandarias, en la casa de los padres de mi amigo Fer. Yo ya había estado otras veces en Paraguay, pero para Tomi era su primera vez en Paraguay y viajando en avión, así que estaba más entusiasmado que cualquiera.

Después de haber visitado los Saltos del Monday, la Hidroeléctrica Itaipú, de haber andado en lancha por el lago y recorrido un poco las ciudades de Foz do Iguazú, del lado brasileño, y Ciudad del Este, del lado paraguayo, creímos que era hora de arrancar nuestro viaje por el interior de Paraguay.

Habíamos hecho una lista de todo lo que teníamos que conseguir para nuestro viaje. Íbamos a ir en el auto de Fer (un KIA automático blanco, nuevito) y el baúl era grande, así que iba a entrar todo lo que estaba en nuestra lista. Cuando empezamos a checkearla nos faltaban la mitad de las cosas, pero con lo que teníamos salimos: dos carpas, dos colchones, una parrilla, algunas cosas para cocinar y comer, nuestras mochilas, una GoPro, unos vinos y una bolsa gigante de maní.

tres kandu

Salimos una mañana soleada bien temprano, y con muchísimas ilusiones. Fer manejaba, Tomi era el copiloto y yo, que solo se manejar motos, iba atrás. Nuestra primera parada iba a ser Encarnación. Íbamos escuchando música a todo lo que daba, cantando, riéndonos y planificando lo que íbamos a hacer.

No fue después de una hora y más de 50 kilómetros que nos dimos cuenta de que no habíamos agarrado la ruta a Encarnación. Fer había puesto su modo automático, y había agarrado la ruta 7 que es la que va de Ciudad del Este a Asunción, la capital. Acostumbrado a hacer ese trayecto todas las semanas, no se había dado cuenta que teníamos que tomar el desvío de la 6 en dirección a Encarnación, así que tuvimos que volver esa hora de más que habíamos hecho. Imagínense que así empezó el viaje. No me voy a detener mucho en esta parte ya que lo que les quiero contar pasó unos días más tarde.

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Arrancando

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Una mañana despertamos en una playa donde habíamos acampado, frente al río Paraná en San Cosme y Damián: un pueblito frente a la Argentina que tiene una de las ruinas jesuíticas, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, mejor conservadas. Yo, que a pesar de mi espíritu aventurero le tengo pánico a los bichos (algún día les voy a contar todo lo que me pasó cuando estuve 2 semanas viviendo en la selva amazónica), me había agarrado una carpa para mí, que era a la que le funcionaban bien los cierres. Tomi y Fer se habían agarrado la otra, que era más grande y entraba el colchón inflable de 2 plazas, pero que no cerraba bien por lo que podían entrar bichos de noche.

Ese día habíamos decidido ir con el auto hasta la base del Cerro Tres Kandú, el pico más alto de Paraguay, y subirlo para poder acampar arriba. Como el día anterior nos habíamos bañado en el río, decidimos que necesitábamos una ducha como la gente.

Éramos las únicas personas acampando en San Cosme. Desayunamos algo, levantamos campamento y subimos todo al auto. Seguimos una callecita de tierra que iba bordeando el Paraná y nos encontramos con la sede de la Prefectura Naval Paraguaya, que custodia las fronteras de río del país. Les preguntamos si tenían algún lugar donde ducharnos, y con una sonrisa nos dijeron que si, que nos sintiéramos como en casa, así que nos dimos una ducha en los baños de la Prefectura.

Eligiendo el camino

Ya estábamos como nuevos cuando volvimos al auto. Usamos Google Maps para ver cómo llegar al Cerro Tres Kandú, y Google nos mandaba por la ruta 1. Eran algo más de 400 kilómetros, en los que pasabas por San Ignacio, San Juan Bautista y Paraguarí, y después volvías al este por Villarrica para llegar al cerro. Tomi y Fer querían hacer esa ruta.

Google calculaba unas 6 horas así que me pareció una locura. Había otra ruta, la 8, que Google no recomendaba, pero que era directa entre San Cosme y Damián y el cerro Tres Kandú. Los 420 kilómetros se reducían a 230, casi la mitad, así que para mi no había más nada que hablar.

Después de deliberar por un rato, decidieron hacerme caso y yo más que feliz. Por suerte había descargado los mapas de Paraguay, porque una vez que tomamos la ruta 8 nos quedamos sin señal.

Claramente había una razón por la que Google no nos recomendaba esa ruta, y no íbamos a tardar mucho en descubrirla.

mapa tres kandú

Ruta 8

La ruta 8 era un camino rural. No estaba asfaltada y los pozos estaban repartidos cada pocos metros. A nuestro alrededor mucho campo de soja. El paisaje era lindísimo, bien de campo, pero el camino era una mierda y lo ideal era hacer la ruta con una 4×4. Nosotros contábamos con nuestro KIA blanco inmaculado y recién comprado.

Los primeros 50 kilómetros estuvieron bastante bien. Tuvimos que parar solo 2 veces. La primera vez fue porque nos metimos en unos pozos de los que no podíamos salir, así que Tomi fue armando una plataformar de piedras y así logramos seguir viaje. El auto tocó abajo varias veces, pero no hubo mayores inconvenientes. El día estaba bien: algo de nubes que iban y venían, pero hacían unos 30 grados. La segunda parada la hicimos porque nos encontramos con un arroyo que atravesaba la ruta 8.

Como yo era el impulsor de la idea de ir por esa ruta, me tocaba bajar y meterme en el arroyo para ver su profundidad. No tenía problema ya que hacía calor y yo estaba en ojotas, y además mi orgullo no me permitía decir que no. Cuando me metí y comprobé que el arroyo no tenía más de 20 centímetros de profundidad, decidimos seguir con nuestra ruta.

Hasta ahí todo estaba genial. No fue sino más adelante que nos encontramos con unas 30 vacas y un toro en medio de la ruta. Nos fuimos acercando con el auto de a poquito, pero ni se movieron. Siguieron ahí, paradas, mirándonos todas a la vez. Nos acercamos un poco más y nada. Nos miraban pero no se corrían del camino. Junté valentía, bajé del auto y las empecé a espantar con el grito de “Yiuuu, yiuuu, yiuuu” y agitando el selfie stick de la GoPro. Si hubieran tenido la capacidad de reírse, se me hubieran cagado de risa todas a la vez. Nada.

Volví al auto y Tomi y Fer estaban matándose de la risa. Esta vez le tocó bajar a Fer y, gritando más fuerte y agitando los brazos con más ímpetu, logró que salieran del camino. Volvió corriendo al auto y pasamos lento, pero sin mayores problemas.

Creo que me habrán molestado con mi “yiuuu, yiuuu, yiuuu” durante la siguiente hora unas 20 veces. Habíamos salido de la Prefectura Naval Paraguaya a eso de las 10 de la mañana, y sería cerca del mediodía cuando nos encontramos con nuestro primer pueblo: José Leandro Oviedo. Paramos para comprar algunas provisiones, y Tomi y yo aprovechamos para comprarnos unas toallas, ya que las nuestras estaban rojas por la tierra de esta región.

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Salimos a la ruta

Íbamos lo más bien en el auto. Disfrutábamos del camino, la paz de ser los únicos en la “ruta”, comíamos maní, pasábamos música y cantábamos. Para la una de la tarde todo bien más que bien.

  • Al final quién lo hubiera dicho – dijo Fer – Facu tenía razón. La ruta 8 era la mejor opción. Ya debemos haber hecho más de la mitad del camino.
  • Y si, chicos – dije canchereando e inflándome el pecho de orgullo – Si tomábamos la otra ruta llegábamos con suerte a las 5 de la tarde al cerro. Por eso tiene que hacerme más caso ¿vieron?

Tomi todavía refunfuñaba un poco. Él era el que más defendía la idea de ir por el camino recomendado por Google, pero con el pasar de los kilómetros terminó admitiendo que al final si había sido una buena idea la mía.

No terminó de decir eso cuando vimos a lo lejos un nuevo arroyo que atravesaba la ruta. Esta vez nos preocupamos todos.

Llegamos hasta dos metros antes del agua y frenamos. Bajamos los tres. Ya no era un arroyo como el primero que cruzamos. Esta vez era un río lo que atravesaba la ruta. Tendría unos cinco metros de ancho, y venía de uno de los campos, atravesaba la ruta y seguía su curso en el campo siguiente. Y tampoco iba tranquilo. El agua corría apurada de este a oeste. Sin que me dijeran nada me metí en el agua para ver la profundidad. Me dio un escalofrío. Cuando llegué a la mitad ya tenía el agua unos 10 centímetros por arriba de las rodillas.

Era imposible cruzarlo.

Después de deliberar por un rato, y tratar de ver como cruzarlo, tuvimos que aceptar la derrota. No había forma de meter el auto ahí sin que se llenara de agua el motor. Habíamos descubierto porqué el algoritmo de Google no nos ofrecía esa opción.

Por suerte la estábamos pasando tan bien que el inconveniente no lo tomamos tan mal. Nos quedamos callados un rato afuera del auto y esperando que uno dijera lo que todos estábamos pensando.

– Se dan cuenta que tenemos que volver todo el camino de vuelta hasta San Cosme y Damián y tomar la ruta que nos recomendó Google ¿no? – dijo Tomi con una sonrisa, como diciendo “yo tenía razón”.

Nos reímos. Yo sabía que Tomi o Fer iban a decir eso. Nos había tomado 3 horas llegar hasta ese lugar. Y ahora no solo tendríamos que volver hasta el inicio de ese día, sino que tendríamos que tomar la ruta recomendada por Google que nos demoraría unas 6 horas más.

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Recalculando

Fer ya no estaba tan cuidadoso con el auto. El blanco se había convertido en un marrón rojizo, que es el color de la tierra de Paraguay. Los pozos los pasaba rapidísimo y los arroyitos y charcos de agua también. Lo que nos había llevado unas 3 horas hacer la primera vez, lo hicimos en solo 2. Y cuando agarramos la ruta 1, recomendada por Google (acá iría un Emoji con los ojos para arriba), las 6 horas las redujimos a 5. La ruta estaba asfaltada, no había mucho tráfico, y se fueron turnando para manejar Fer y Tomi sin tener muy en cuenta los límites de velocidad.

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Si bien habíamos ganado unas 2 horas, para cuando llegamos al camino de tierra que nos llevaba al pie del cerro Tres Kandú ya eran las 8 de la noche. A pesar de ser enero, pleno verano en este hemisferio, en Paraguay el sol se oculta antes que en Argentina (bueno, que en Buenos Aires).

Nos estaba agarrando la noche. Nuestra idea, al haber llegando tan tarde, era subir con el auto lo máximo que pudiéramos y después seguir a pie. Durante una hora más seguimos el camino que de a poco nos iba subiendo al cerro. Más de una vez tuvimos que parar, ya que había muchos pozos, y teníamos que poner piedras, alumbrando solo con las linternas de nuestros celulares (las habíamos olvidado en Hernandarias).

Llegó un punto en el que ya no pudimos subir. Se nos quedó el auto en una subida empinadísima, y Tomi trataba de sacarlo, pero el pozo era muy profundo. Con la ayuda de algunos niños guaraníes, que cada vez que pasábamos salían de sus casas a saludarnos, pudimos sacarlo. Decidimos que ya habíamos forzado demasiado al auto, y que lo único que nos quedaba era seguir viaje a pie.

Le pedimos a una familia que vivía ahí en el cerro si podíamos guardar el auto en su casa, y nos dijeron que no había ningún problema, así que lo metimos. Agarramos solo lo necesario, ya que nos quedaban unos 800 metros de subida lineales, y no sabíamos cuánto era en kilómetros por los senderos que tenía la montaña.

El hombre que nos guardó en su casa el auto nos ofreció una linterna de Mickey Mouse (esas que hacen luz con forma de la cabeza del ratón de Disney). Llevamos solo lo necesario: una sola carpa, ningún colchón, una mochila con comida y una conservadora de esas gigantes que tenía adentro mucho hielo y 3 cervezas de litro y 2 vinos. Esas eran todas las provisiones… ¿Agua? No habíamos sido lo suficientemente astutos para acordarnos de llevar agua…

Subiendo al Tres Kandú en plena noche

Sabíamos que subir a la cima del cerro, donde queríamos acampar, nos llevaría un par de horas. No conocíamos el camino, pero mas o menos el guaraní nos explicó como ir. Le agradecimos por todo, y arrancamos con nuestro viaje a pie.

Habíamos metido en una de las mochilas la carpa, la comida, una toalla (¿?), y algunas cosas más. La llevaba Tomi. Fer y yo llevábamos entre los dos la hielera gigante, uno de cada manopla, con todo el contenido adentro, por lo que estaba pesadísima.

Cada 5 o 10 minutos yo tenía que pedirle que cambiáramos de mano porque no me daba la fuerza para llevarla. Tomi y Fer estaban en mejor estado físico, así que yo era el único hincha pelotas que se quejaba.

No se veía nada. Yo trataba de alumbrar el camino con la linterna de mi celular, pero mucho no se veía. Tomi, que tenía la linterna de Mickey Mouse, estaba mas preocupado con los ruidos de la selva así que se la pasaba alumbrado a la jungla cuando se escuchaban los ruidos o gritos de algún animal. Estábamos solos, en medio de la nada, subiendo al cerro por un sendero, rodeados de selva y solo contábamos con lo poco que teníamos. Daba algo de miedo.

En el camino Fer nos fue contando que había varias especies de serpientes venenosas que habitaban la región, y para tranquilidad nuestra (sarcasmo), nos dijo que se había olvidado los antídotos en el auto. Acá vale aclarar que Fer es médico y era algo así como el encargado de que sobreviviéramos al viaje sanos y salvos. Así que debíamos tener cuidado de no pisar ninguna víbora porque nos podían morder. Hacía tanto calor durante el día que no nos avivamos de ponernos pantalones largos y estábamos los tres en traje de baño.

Durante la caminata por la selva, en medio de la oscuridad, nos cruzamos zorros (al principio nos asustamos bastante, pero solo pasaron corriendo a través del camino) y varias iguanas. Nada que representara un peligro inmediato. Así fue la primera hora y media de subida. Hablábamos. Nos reíamos de lo tontos que estábamos siendo. Y habíamos hecho un pacto para ser más organizados a partir de ese momento.

Las cosas se complicaron cuando empezamos a escuchar unos llantos, alumbramos hacia delante, y con la poca luz que teníamos vimos decenas de pares de ojos mirándonos fijamente.

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Nos asustamos. Cuando nos acercamos un poco más vimos unas 20 vacas que estaban con su mirada fija en nosotros y, al costado del camino, un ternerito lloraba. No sabíamos que hacer. Entre todas las vacas había por lo menos un toro, que también nos miraba fijamente. No se si será por la cantidad de películas y dibujos animados que vimos, pero teníamos miedo de que el toro empezara a correr y nos embistiera con sus cuernos.

Habremos estado unos 5 minutos deliberando. Fer era el que menos miedo tenía. Dijo que camináramos lento entre las vacas, siempre lejos del ternero que lloraba, y no nos iba a pasar nada.

– Hagamos eso. Pero al primer movimiento del toro salimos corriendo y revoleamos todo. No me importa quedarme sin vino y cerveza – dije en voz baja. Los chicos se rieron nerviosos.

Empezamos a caminar entre los animales. Pasábamos a solo 1 metro de algunos de ellos. Cuando pasamos por al lado del toro tenía el corazón en la boca. Tratábamos de no hacer mucho ruido ni movimientos bruscos. Además, me temblaba la mano por el peso de la heladera.

Logramos pasar. No fue sino unos 15 o 20 metros más adelante que volví a sentirme seguro otra vez. Volvimos a hablar, ya riéndonos de la situación, y sintiéndonos medio tontos por haber tenido miedo. Pero la verdad es que, en medio de la noche, sin ninguna luz, con la selva a nuestro alrededor y los ruidos de los animales, ahí solo no caminaba ni loco.

Tomi dijo que cambiáramos y agarró la heladera con Fer y me pasó la mochila.

– Chicos esto está pesadísimo – dijo Tomi cuando agarró la heladera. – Voy a tirar toda el agua y dejar solo los hielos que siguen sólidos.

No lo podía creer. ¿Cómo no se me había ocurrido eso? Me ardían de dolor las manos de llevar durante casi dos horas esa heladera pesadísima, y cuando Tomi la vació se fue la mitad de su peso (habíamos comprado una bolsa de 10 kilos algunas horas antes y estaba completamente derretida ya).

Así que seguimos viaje, Fer y yo riéndonos de lo tontos que habíamos sido, y Tomi burlándose de nosotros.

Llegando a la cima

   – Tenemos que hacernos amigos apenas lleguemos. Por suerte trajimos las cervezas y los vinos. Seguro que hay chicas acampando arriba y es una re fiesta – decía Tomi.

La verdad es que los tres nos imaginábamos algo así. Era pleno enero. Vacaciones en Paraguay. Y el punto mas alto del país debía tener más viajeros como nosotros en busca de aventuras. Por la hora en la que estábamos subiendo nosotros, era claro que no nos cruzaríamos a nadie, ya que el resto habría subido en horas de sol. Así que los siguientes 40 minutos subimos hablando e imaginando con qué nos encontraríamos arriba.

El sendero se fue aplanando cada vez más, hasta que nos encontramos con una tranquera. Había unas vacas afuera, mirándonos, y sin hacer mucho ruido fuimos hasta la puerta. Un cartel rezaba: PROHIBIDO EL INGRESO DURANTE LA NOCHE. PROHIBIDO EL INGRESO DE CONSERVADORAS. PROHIBIDO EL INGRESO DE BEBIDAS ALCOHÓLICAS. PROHIBIDO ACAMPAR EN EL MIRADOR. ENTRADA: 10.000 GUARANÍES (algo así como 1.5 dólares).

Todo mal. Nos miramos entre nosotros. Claramente la fiesta loca que nos imaginábamos arriba era puro cuento de nuestra imaginación. Decidimos entrar sin hacer ruido. Ya era casi la medianoche y no habíamos subido hasta ahí para que nos hicieran bajar de nuevo las 3 horas que nos había tomado el ascenso. Además, estábamos cansados, y si no acampábamos en la cima del Tres Kandú esa misma noche, probablemente no lo volveríamos a hacer.

Abrimos el portón hablando en voz baja y entramos. Seguimos un sendero con carteles que nos llevaban hasta el mirador. Nos cruzamos una casona, donde vimos por la ventana que había un señor mirando la televisión. Pasamos sin hablar, con miedo a que el tipo saliera a los tiros creyendo que éramos ladrones o algo así. Cinco minutos después llegamos hasta el mirador.

El mirador

Estábamos en el punto más alto de Paraguay. El Cerro Tres Kandú tiene una altura máxima de 842 metros sobre el nivel del mar. No es que sea la montaña más alta que hayamos subido en nuestras vidas, pero después de todo lo que nos había costado alcanzar la cima, nos sentíamos en el Everest.

Cuando las nubes que estaban por debajo nuestro se corrían con el viento, la vista era alucinante. Pueblitos iluminados se veían a lo lejos, y ya nos imaginábamos lo que sería al día siguiente cuando despertáramos y la luz nos permitiera ver el panorama completo.

Había un banco, donde entrábamos los tres, así que nos sentamos para cenar. Habíamos comprado fiambre, pan lactal, atún y mayonesa. Nos armamos algunos sándwiches y disfrutamos de la cena y el descanso. La situación nos parecía totalmente surreal. No era nada de lo que nos habíamos imaginado que sería. Pero no nos importaba. Estábamos felices de haber logrado cumplir nuestro objetivo.

Abrimos las cervezas y brindamos. Estábamos cansadísimos. El día había sido muy largo, y no habíamos parado de movernos. Nos merecíamos ese brindis. Nos relajamos y, cuando las nubes nos lo permitían, disfrutamos de las vistas.

Una hora más tarde solo nos quedaban los vinos. Como todavía estábamos con algo de fuerza, decidimos armar la carpa.

Encontramos una estructura de que tenía un techo de chapa y, como la nube estaba empezando a subir, nos pareció un buen lugar para amar la carpa antes de que nos empapáramos. El suelo era de tierra, y estaba lleno de ramas y piedras, por lo que tuvimos que limpiar muy bien el terreno. No habíamos llevado ni los colchones ni las bolsas de dormir, así que íbamos a acostarnos en la carpa arriba de la nada misma. Por lo menos nos aseguramos de que no hubiera nada que pudiéramos clavarnos.

Para mi desilusión, habíamos subido la carpa a la que no le funcionaba el cierre. Por suerte unos días antes compramos unos alfileres, que no habíamos usado todavía, y una vez adentro cerramos todo el mosquitero de esa forma.

No funcionó del todo, ya que entraron dos bichos horribles: un saltamontes gigante (que cuando lo descubrí les avisé a los chicos y no tuvieron mejor idea que espantarlo para que volara por adentro de la carpa y yo muriera del miedo) y un cascarudo verde fluorescente (con el que hicieron una broma similar). Sobreviví al infarto, y después de reírse un poco y ver que me iba a terminar enojado, los sacaron de la carpa.

No habíamos pensado en hacer pis antes de cerrar con los alfileres, así que el trabajo, que nos había llevado unos buenos 20 minutos, lo tuvimos que deshacer para poder ir al baño. Una vez que ya estábamos listos, volvimos a cerrar todo y nos ubicamos para dormir.

Nunca dormí tan incómodo en todo el viaje como esa noche: lleno de bichos afuera caminando por la carpa (que si querían entrar no se les iba a dificultar demasiado, como habíamos confirmado antes), el terreno era muy irregular y una vez que llegó la nube bajó muchísimos la temperatura y no teníamos bolsas de dormir.

Tomi se durmió casi al instante. A Fer y a mi nos costó un poco más. Decidimos abrir un vino y tomarlo hasta que nos diera sueño. A los dos vasos, nos dimos cuenta de que nos iban a entrar nuevas ganas de hacer pis, por lo que abandonamos esa opción. Esa noche usé de almohada la bolsa de maní de 3 kilos que habíamos comprado al inicio del viaje. No fue lo más cómodo del mundo, y tuve que aguantar ese olor a maní durante toda la noche, pero fue mejor que Fer, que usó su propio brazo, o Tomi, que usó la mochila como pudo.

Amaneciendo

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La mañana siguiente fui el primero en despertar. Saqué los broches, salí de la carpa y me encontré con una imagen que hizo que toda la travesía del día anterior valiera la pena. El cielo estaba casi despejado y se veía el horizonte.

La vista era impresionante. Fui corriendo a la carpa a despertar a mis compañeros de viaje para que tuvieran la oportunidad de verla. Cuando entré miré mi celular y todavía eran las 6:30am, así que decidí dejarlos dormir y acostarme un rato más yo también.

No habrá pasado media hora cuando empezamos a escuchar ruidos fuera de la carpa. Había un hombre trabajando en el quincho donde nosotros habíamos puesto la carpa. Por suerte cuando salimos y le pedimos disculpas por estar ahí, nos dijo que no había problema, por lo que sospechamos que no era uno de los dueños de la propiedad donde estábamos.

Desarmamos la carpa, le corrimos todas las cosas del lugar donde estaba el hombre, y nos fuimos a desayunar unos sándwiches que nos habían quedado y a disfrutar de la vista por última vez, antes del descenso.

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Tuvimos suerte al salir de la propiedad, ya que el dueño no nos vio. Bajar el cerro con luz de día fue una experiencia totalmente distinta a la subida nocturna del día anterior. Además, como teníamos menos peso, ni tuvimos que hacer un esfuerzo muy grande. El camino es hermoso, las vistas son impagables, y la selva y los animales de día son mucho más amistosos que los nocturnos.

Menos de dos horas después estábamos arriba del auto. Hicimos una parada para desayunar en Colonia Independencia, un pueblo alemán de 1.500 habitantes que queda muy cerca del cerro, donde nos dejaron además tomar una ducha en la heladería del centro. Una vez que estábamos bañados y comidos, emprendimos la marcha hacia nuestra próxima aventura: el Salto Cristal.

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Cualquier pregunta o recomendación que tengan, no duden en escribirme más abajo. Y si quieren contar el ascenso a alguna montaña, o cualquier anécdota de viaje, bienvenidos sean! Y si encima podemos reírnos de eso, mucho mejor 🙂

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