El día que Potosí decidió independizarse

¡Buenos días, gente! Ésta historia narra uno de mis viajes más raros, tal como sucedió, durante mi recorrido por Bolivia. Espero que les guste:

potosí independiente

Si leyeron el artículo sobre el peor hostel del mundo, sabrán que nuestro viaje por Bolivia no había empezado de la mejor manera. Pero todo lo que siguió después resultó perfecto: Tiwanaku, Desaguadero, cruzamos a Perú, estuvimos varios días en Copacabana, en el Lago Titicaca, volvimos a La Paz y continuamos hacia Oruro. Todos destinos increíbles. Y ningún contratiempo.

El viaje de Oruro a Potosí fue de esos viajes en Bolivia que te dicen que vas a llegar en 4 horas, pero sabes que van a ser 8. Y fue así. No nos sorprendió, ni nos molestó. El bus era muy cómodo, y salvo un momento en el que subió un tipo que parecía el pastor de una iglesia por como hablaba, vendiéndonos Ginseng y mostrándonos en la cara su orina antes y después de tomar Ginseng (primero era marrón verdosa y después amarilla y transparente), todo salió bien. Quiero aclarar que la demostración de su producto duró al menos 20 minutos, todo a los gritos, pasando asiento por asiento, pero al final vendió 5 o 6 frasquitos de Ginseng.

Llegamos a la tardecita a la Villa Imperial, ya teníamos reservado un hotel lindísimo en el centro, y todo venía saliendo bastante bien. Lo que no sabíamos, era que esa noche, en las casas de los lugareños, se estaba gestando la independencia del Departamento de Potosí.

Primer día en la ciudad

El día empezó muy bien. Recorrimos un poco el centro de la ciudad, y quedamos enamorados en el minuto uno. Potosí es una ciudad realmente alucinante. Cuna del barroco andino en Bolivia, la ciudad destila historia. Fue el primer Patrimonio de la Humanidad que declaró la UNESCO en este país andino, y no es para menos. Con sus casi 500 años de historia, una arquitectura impecable, una población mayoritariamente autóctona y su Cerro Rico, Potosí no podía más que enamorar al viajero.

Ese primer día en la ciudad (de dos, según habíamos planificado), fuimos a visitar la Casa Nacional de la Moneda. No me voy a detener en explicar mucho esta visita, ya que no es el fin del artículo, pero es un lugar que vale la pena conocer, si queremos entender un poco más nuestra historia. La historia de todo el continente. Fundada en 1572, por el Virrey del Perú, la necesidad de crear un centro de acuñación de moneda se dio por la cantidad (inimaginable) de plata que se extraía del Cerro Rico de Potosí (dicen que se podría construir un puente íntegramente de plata entre Potosí y Madrid con todo lo que se llevó la Corona Española). Pero no me voy a explayar mucho más. Es impresionante todo lo que tiene para contar este edificio.

El resto del día seguimos recorriendo la ciudad, y terminamos muertos de cansancio (por caminar y por los 4 mil metros de altura que teníamos bajo nuestros pies). Volvimos al hotel, y salvo por una lámpara que explotó (literal) en nuestro cuarto, por todo lo demás, un gran día.

potosí

Las cosas empiezan a ponerse raras

A la mañana siguiente, después de desayunar, salimos a caminar. Habíamos planificado ir a visitar algunos lugares en la ciudad, pero todo estaba cerrado. Raro. Era día de semana. No había autos por la calle. Solo se veía gente deambulando: muchísimos bolivianos y algún que otro turista europeo que no entendía bien que pasaba.

Con mi tía llegamos a la Plaza 10 de Noviembre, que estaba llena. Todos hablaban en voz baja, en grupos chicos, pero parecía ser que éramos los únicos extranjeros allí. En el centro de la plaza, había un hombre con un exprimidor automático y un carrito de supermercado, lleno de naranjas. Le pregunto a mi tía si quiere un jugo, ella me dice que no, y voy a comprar uno solo para mí.

– Buenas tardes, señor – Saludo con una sonrisa. El tipo me mira, como con cuidado, mirando para todos lados, y me saluda – ¿Podría darme un vaso grande de jugo de naranja?

– No, disculpe, amigo. Me quedé sin naranjas.

Miro su changuito, casi a tope de naranjas y le digo que tiene muchísimas naranjas ahí en frente mío. El tipo mira su chango, piensa por un momento, y me dice:

– Esas están podridas. No tengo más naranja para venderle jugo.

– Señor – le digo con toda la amabilidad del mundo – recién le vendió jugo a una señora. Hace 5 minutos.

– Amigo: le digo que no tengo más naranjas buenas. No le voy a vender jugo. No puedo venderle jugo.

Después de esto, y viendo que el tipo ya se estaba poniendo nervioso, un poco menos amable, y la gente empezaba a acercarse, decidimos seguir rumbo. Algo raro estaba pasando en Potosí, y ya no era solamente una sensación nuestra. La gente sabía algo que nosotros no.

potosi

Potosí decide ser libre

El chico del hotel nos explicó lo que estaba pasando. Parece que el Departamento de Potosí se había cansado del gobierno nacional. Potosí era el departamento que más aportaba a las arcas del Estado, pero no veían una redistribución de eso que le llegara a los potosinos. Minería, turismo y agricultura dejaban muchísimo dinero.

En el boca a boca se había ido gestando todo, y el día que nosotros llegamos, habían decidido independizarse del resto del país. Una locura.

No estaba permitida la circulación de vehículos, por eso no veíamos autos en la ciudad. Estaba completamente prohibido vender cualquier tipo de servicio a turistas (ahí entendí porque no había podido comprar mi jugo de naranja). Habían frenado las extracciones de litio y sal. La gente no iba a sus trabajos, y por eso deambulaba por la ciudad…

Nos contó que hacía unos 10 años, se había visto una situación parecida, pero que había terminado bastante mal. Había durado unos 10 días, y al final, cuando el gobierno nacional decidió intervenir, ya estaban empezando a echar a los extranjeros con dinamita (obra de los mineros del Cerro Rico).

Esa noche fue extraña. Por recomendación del chico del hotel, no salimos a cenar ni pasear. El se ofreció muy amablemente a comprarnos algunas provisiones, ya que nos dijo que si íbamos nosotros no nos iban a vender nada. Cruzándonos con gente dentro del complejo, nos íbamos enterando que los turistas estaban escapándose (literalmente) de la ciudad. Por la noche llegaban unos taxis hasta calles alejadas de Potosí, uno iba a esos lugares, y ahí se iban hasta Sucre, donde las cosas estaban tranquilas.

potosi

Cada vez menos turistas en la ciudad

Después de todo lo que nos habíamos enterado el día anterior, decidimos igual tratar de disfrutar el tiempo que nos quedáramos en la ciudad. Y cuando hablo de tiempo, no podíamos poner una fecha exacta. En el itinerario que nos habíamos armado del viaje, íbamos a estar unas 2 noches en Potosí, y luego seguir viaje. Pero al no haber más transporte, realmente no sabíamos cuando íbamos a poder irnos de la ciudad.

Esa mañana las cosas parecían todavía más raras. Primero porque ya sabíamos lo que estaba pasando y le prestábamos más atención a todo. Y además porque ya casi no había extranjeros, más que algún que otro europeo con su mochila gigante y cara de miedo que cuando nos veía nos preguntaba si sabíamos como salir. Claramente, cuando uno es latinoamericano le dan un poquito menos de miedo estas cosas, acostumbrados un poco a los caótico. Pero para estos extranjeros lo que estaba pasando era una catástrofe. Tratamos de calmarlos un poco. Les decíamos que nosotros por el momento no íbamos a salir corriendo, y que íbamos a esperar un par de días a ver si las cosas se arreglaban.

Pasamos por una agencia que organizaba los tours al Cerro Rico para conocer el trabajo de los mineros, y tenía la puerta y cortinas cerradas. Pero justo cuando pasábamos, salían unos turistas, así que decidimos golpear. Pudimos reservar el tour a las minas. La única complicación: al no haber transporte, íbamos a tener que ir caminando hasta el cerro.

No es que sean muchísimas cuadras (serían unos 3 kilómetros). Pero era todo en subida. Y a más de 4 mil metros sobre el nivel de mar. La excursión salía en un rato, así que decidimos esperar.

potosí

Visita a las minas y almuerzo clandestino

En algún momento se fueron juntando los turistas que habían reservado la visita a las minas. Seríamos unas 12 personas (una locura, 12 extranjeros juntos, después de haber visto viajeros solos deambulando sin saber a dónde ir).

Arrancamos la caminata. De verdad que se te iban los pulmones. Teníamos que hacer paradas de a ratos, porque no dábamos más. Había una pareja joven de Noruega o uno de esos países escandinavos, de casi dos metros de altura y unos 24 años, mi misma edad, que claramente no les importaba que el resto estuviera muriendo y necesitaran un descanso. Al contrario, caminaban tan rápido con la chica del tour, que primero mi tía, y después un señor mayor, decidieron abandonar a mitad de camino.

Costó llegar. Los 10 que quedamos llegamos sin aliento. Tomamos muchísima agua. Respiramos todo lo que pudimos. Nos dieron nuestros mamelucos, nuestros cascos con linternas, y nos adentramos en las minas.

La experiencia es única. Las historias. Los pasadizos. Las escaleras. El Tío. Alcohol de 96 grados. Los mineros. La temperatura. Las vetas de plata. No voy a explayarme porque debería escribir un artículo entero solo de este lugar.

Una vez afuera, volví todo ese camino (esta vez en bajada, por suerte), hasta el hotel. Ahí me estaba esperando el recepcionista.

– Tu tía está esperándote en el Mercado Central. Está cerrado. Anda para allá que voy a llamar para que te espere alguien en la puerta.

Le hice caso. Llegué hasta el mercado, sobre la calle Bolívar, a una cuadra de la Casa de la Moneda. Mismo panorama: gente deambulando, nada de turistas. El edificio amarillo, que ocupa toda una manzana, estaba cerrado. Le di la vuelta, hasta que desde una de sus puertas alguien me llama.

– ¿Facundo? – Me dice una señora de unos cincuenta años. Le digo que sí, que soy yo. – Te estábamos esperando. Pasa.

Mira para los dos lados, abre la puerta, y entramos a un Mercado Central completamente vacío. Caminamos un poco adentro, nos metemos por un pasillo, y llegamos a una especie de restaurante donde me estaban esperando mi tía, una pareja de suizos y dos o tres personas más.

Comimos como reyes: entrada, sopa, plato principal, postre. Charlamos con los suizos. Nos reímos. Nos relajamos. Estábamos felices de haber terminado almorzando ahí, ya que afuera no hubiéramos tenido la posibilidad de entrar a ningún lado. La comida habrá durado unas tres horas.

Esa tarde paseamos un poco más por Potosí, y después volvimos al hotel, para pasar nuestra cuarta noche. Hablamos con nuestro amigo el recepcionista, y nos dijo que las medidas se estaban intensificando. Habían llegado militares de La Paz, pero los potosinos, armados de cuchillos, les habían pinchado las gomas a todos los vehículos militares (ya habían hecho lo mismo con la policía), por lo que el tema todavía tenía para rato.

cerro rico potosi

Quinto día: hora de escapar

Nos despertamos, desayunamos y decidimos que ya era hora de abandonar Potosí. No había más nada que hacer, más que caminar (y ya habíamos caminado muchísimos los 4 días anteriores). Nos dijeron que podíamos intentar ir al límite de la ciudad, en el Barrio San Gerardo, para ver si de ahí salían taxis.

Salimos con nuestras pertenecías a cuestas (en mi caso una mochila y en el caso de mi tía un carry on), y fuimos caminando a donde nos habían dicho.

En todo el camino no nos cruzamos a un solo extranjero. Ahí nos dimos cuenta de que habíamos dejado pasar muchos días. Mientras todos fueron abandonando el departamento cuando estalló todo (el gobierno argentino mando un avión para buscar a los turistas argentinos que estaban varados en Potosí, y muchísimos se fueros en ese momento), nosotros decidimos quedarnos. Y ahora nos dábamos cuenta de que no sabíamos muy bien qué hacer.

Llegamos a una especie de terminal, aunque sin buses. Unos pocos autos estacionados. Un taxista. Un auto militar. Y nadie más.
Hablamos con un militar y nos dijo, muy amablemente, que no tenía ni idea de que podíamos hacer. Nos hubiera llevado hasta el límite departamental con mucho gusto, pero que a causa de la pinchadura de neumáticos no tenía como transportarnos. Le agradecimos, y fuimos a hablar con nuestra única segunda opción.

El taxista nos ofreció llevarnos hasta la tranquera (hoy todavía no tengo ni idea de que es la tranquera, pero debe ser un lugar lleno de embajadas, consulados, buses, helicópteros, trenes y aviones, porque todos hablaban de la tranquera como si fuera el destino final de todo viajero atrapado en un proceso independentista).

Cuando nos pasó el precio, hicimos reunión de equipo, y con mi tía decidimos que no íbamos a pagar esa fortuna. No nos importaba quedarnos sin opciones, pero no nos íbamos a dejar estafar.

En realidad, todavía nos quedaba una opción más. Una que hasta el momento no habíamos considerado. Teniendo en cuenta los 160 kilómetros que separan Potosí de Sucre, nadie en su sano juicio lo hubiera considerado. Incluso los 50 kilómetros al pueblito más cercano (Betanzos), son muchísimos.

Pero empezamos a caminar…

independencia de potosí

Hacia el desierto y las montañas

No lo pensamos con demasiada lógica. Ya estábamos cansados de no poder hacer nada, ni comer en ningún lado, ni poder tomar un maldito jugo de naranja exprimido. Y nos largamos al camino.

Hacía calor. Teníamos nuestras cosas encima y compramos 2 litros de agua (cuando no planificas nada parece que está bien. Cuando te das cuenta de que es para dos personas, y que hacer 50 kilómetros puede llevarte de unas 10 a 15 horas, si llegas, es poco. Muy poco). En realidad, sabíamos que no íbamos a caminar por la ruta hasta allá. Al menos teníamos la esperanza. Por lo que emprendimos el viaje con muy buena energía y a paso de liebre.

El camino era espectacular. Se iba metiendo por las montañas, y llegó un momento en que estábamos arriba de todo y veíamos a Potosí desde lo alto, con su Cerro Rico de fondo. Increíble. Nos fuimos cruzando a varias personas que iban hacia Potosí, y nosotros seguíamos disfrutando del paisaje, charlando, caminando rápido, haciendo paradas, riéndonos y disfrutando del sol.

Durante una de nuestras paradas, nos pasa un viejito que iba a paso de tortuga. Nosotros, claro, dos liebres, nos reíamos del señor que era la tortuga. Pero en su paso lento, muy lento, el tipo nunca frenaba. Ni a tomar agua. Nosotros, las liebres, al rato emprendimos la marcha otra vez, y al poco tiempo volvimos a pasarlo.

Habremos hecho unos 4 o 5 kilómetros cuando ya no dábamos para mucho más (acuérdense de los 4 mil metros sobre el nivel del mar, la falta de oxígeno, nuestros ya inexistentes dos litros de agua, nuestro equipaje, las subidas y bajadas por la montaña, el sol y nuestra falta de estado físico). Ya no estábamos hacía rato en la ciudad. Las casitas que al principio aparecían cada tanto al costado de la ruta ya no estaban. Montaña, mucha aridez y sol.

Llegamos a una especie de estación de servicio, donde pudimos pasar al baño y recargar el agua, cuando descubrimos que la tortuga, el viejito, había logrado llegar antes que nosotros. Y ahí nos agarró un ataque de risa que no pudimos aguantar, porque tal como la fábula infantil, en la que la libre juega la carrera con la tortuga, y esta le gana, por nunca aflojar y no creérsela, el viejito en alguno de nuestros varios descansos nos había vuelto a pasar. Y había llegado en mejores condiciones que nosotros.

potosí

Nuestro salvador: Sr. Camionero

No habremos hecho ni un kilómetro más cuando apareció una intersección que se unía con la ruta. Como estábamos haciendo uno de nuestros miles de descansos, mi tía Anina llegó a ver un camión que venía, no de Potosí, sino de otro lado, pero hacia la misma dirección que nosotros.

Logramos frenarlo. Le explicamos nuestra situación. Le contamos que queríamos ir a Sucre, y él nos dijo que iba para allá también. Que podía llevarnos. No lo podíamos creer. Era nuestra salvación. Mi tía atinó a subirse del lado del acompañante, pero él la frenó. Le dijo que, si queríamos ir con él, íbamos a tener que ir escondidos en el remolque para no darle problemas con los potosinos. Nos pareció bien.

El viaje en camión fue mucho mejor de lo esperado. Había un par de neumáticos en el acoplado, por lo que hasta para sentarnos cómodos teníamos. Iba por la ruta, así que no tuvimos grandes sobresaltos, y cada tanto yo asomaba la cabeza para disfrutar del paisaje y el viento en la cara. ¿Mejor? ¡Imposible!

potosí

Las cosas se complican (o las complico)

Después de unos 30 o 40 minutos de marcha, subieron algunos paisanos. Si bien no interactuamos mucho (eran medio callados), el viaje siguió sin contratiempos por un rato más. Una hora después de haber subido al camión y escondernos en la parte de atrás, frenamos.

Después de 2 minutos, empezó a parecernos raro. Escuchábamos a gente discutiendo afuera, así que asomé la cabeza para ver que estaba pasando.

Había una barricada en la ruta. Un grupo de cholitas y unos hombres, habían armado una especie de barrera con palos largos y piedras para que no pudieran circular los autos, y uno de ellos estaba discutiendo desde abajo con el chofer que estaba dentro de la cabina. Un instante antes de volver a meter la cabeza, crucé mirada con una de las cholitas.

  – ¡LLEVAN TURISTAS! – Gritó con todas sus fuerzas.

Todo pasó en un segundo: se abalanzaron todos contra el camión, con cuchillos (calculo que para pinchar los neumáticos, un clásico de la independencia de Potosí) y el chofer aceleró. Rompió la barricada, pasamos por encima de todo lo que habían puesto para frenar a los autos, y nos fuimos a toda marcha.

Me agaché, un poco con vergüenza por haberla cagado, y le conté a mi tía lo que había pasado. El camión habrá hecho unos 2 minutos más de ruta, y después se metió por la montaña. Literal. Por la montaña. No estoy seguro de que ni siquiera fuera una calle de tierra. Por momentos pensaba que se iba a destartalar todo el camión, que se iba a desarmar e íbamos a quedar varados en el medio de la nada, y por otros pensaba que íbamos a salir disparados por los aires.

potosí

Otra vez en el Estado Plurinacional de Bolivia

Cada pozo que agarraba, del que nosotros no podíamos prevenirnos ya que no veíamos nada, era peor que el ascensor ese del terror de Disney. En un momento eran tantos los pozos que mi tía y yo volamos a un metro del suelo: yo parado y mi tía sentada. Cuando cayó al piso de nuevo, pensé que se había lastimado feo, porque no me respondía. Cuando logró hablar, me di cuenta de que le había agarrado un ataque de risa tan fuerte que ni respirar podía.

No sabemos cuanto tiempo duró ese viaje por la montaña antes de volver a agarrar una ruta. Habrá sido una hora, pero para nosotros fueron siglos. Una vez sobre el asfalto, sabíamos que todo iba a salir bien. Que íbamos a sobrevivir. Un rato después empezamos a escuchar a otros autos, íbamos más lento, frenábamos y acelerábamos, así que nos dimos cuenta de que estábamos entrando a una ciudad.

Se abrieron las puertas de madera del acoplado, y ahí estaba nuestro salvador, el camionero:

  – Bienvenidos a la ciudad de Sucre. – Habíamos sobrevivido a la independencia de Potosí.

potosí

Aclaración: como todos sabrán, el Departamento de Potosí nunca se independizó. Esto habrá pasado unos 5 años atrás. A las dos semanas, todo se había calmado bastante: los representantes de Potosí fueron hasta La Paz, se reunieron con Evo, y lograron solucionar, al menos eso salió en los diarios, sus diferencias. Fue una experiencia distinta haber vivido esta situación. No me arrepiento, ya que hoy en día recuerdo todo con una sonrisa, pero alguna vez me gustará volver a Potosí y ahí sí sacarle todo el jugo a la ciudad. Incluido uno de naranja exprimida…

Cualquier pregunta o recomendación que tengan, no duden en escribirme más abajo. Y si quieren contar sus experiencias, bienvenidas sean! Suscríbanse, que me van a hacer un gran favor 🙂

AirBnb es una de las mejores formas de hospedaje en cualquier destino del mundo.

¡Si te registras desde www.airbnb.es/c/facundoromang te regalo 25€ para que uses en tu primer hospedaje en cualquier país del mundo! No pierdas la oportunidad de recibir el descuento exclusivo para los lectores de Fuera de Eje 🙂