Cerro Áspero (Córdoba): la peor acampada de mi vida

Tercera parte

Antes de leer la tercera parte de este relato, no dejen de leer la primera y la segunda, para poder saber cómo llegamos hasta este punto de la historia.

Una vez que se fueron nuestros guías, volvimos a quedar solo nosotros cuatro. Serían las 11 de la noche cuando terminamos de armar nuestras carpas. Teníamos 2 iglúes así que buscamos un terreno que era bastante plano y mientras Tomi y yo armábamos una, Juan y Guido nos iluminaban con las linternas. El otro iglú lo armaron ellos, y fuimos nosotros los que los iluminamos. La noche era oscura: al estar tan nublado, no se veían ni la luna ni las estrellas. Estábamos envueltos en una negrura total y rodeados de la nada misma, salvo por el grito de algún animal que se escuchaba a lo lejos.

Esta parte de la historia carece casi por completo de fotos, ya que cuando se nos vino la que se nos vino, en lo que menos pudimos pensar fue en documentar lo que aconteció esa noche.

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El Banquete

Una vez que tuvimos las carpas armadas, nos relajamos un poco. Decidimos dormir en una Guido y yo (los dos más miedosos, para asegurarnos de que no entraran bichos de ninguna clase), y Tomi y Juan en la otra que eran los más valientes (y por lo tanto despistados a la hora de mantener 100% cerrado el mosquitero).

Tomamos las últimas cervezas que nos quedaban (algo calientes, la verdad, por lo que las dejamos por la mitad y terminamos tomando solo agua) y como ya nos empezaba a agarrar hambre, decidimos entrar a la carpa de Juan y Tomi y comer los 4 juntos.

Teníamos unos sándwiches que habíamos comprado antes de llegar a Merlo. Habían estado en el baúl del Fox durante horas bajo el sol, por lo que estaban medio calientes, el queso semi derretido y con un poco de olor a podrido. Pero era lo único que teníamos, había hambre, así que decidimos comerlos igual.

A cada uno le correspondían 3 sándwiches de miga de jamón y queso. Juan, Tomi y yo nos comimos los tres, pero Guido, que es el que más idea se hace con la comida en mal estado (el más hincha, en definitiva), comió uno solo y nos cedió el resto.

– Guido, tenés un bicho en la remera – le dijo Tomi señalándole la ropa.

– ¿Dónde? ¿¡Dónde!? – Empezó a gritar Guido sacudiéndose.

Yo le señalé con mi sándwich el lugar exacto donde Guido tenía el bicho (era como una polilla, pero de colores) y él, en la desesperación, agarró mi pedazo de sándwich pensando que era el bicho, se asustó más por el tamaño que creyó que tenía, y se lo revoleó a Juan mientras gritaba como desesperado. Nos agarró un ataque de risa que no podíamos parar.

Hasta ese momento la estábamos pasando bien.

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Hora de ir a dormir

Terminamos de comer, agarramos nuestras cosas, y nos pasamos Guido y yo a nuestra carpa.

Una vez que entramos, nos dimos cuenta de que no habíamos elegido el mejor lugar para armarla. Había un pozo gigante que no habíamos notado por la falta de luz cuando la ubicamos, y nos tuvimos que acomodar uno en cada extremo para intentar estar lo más planos posibles.

Estar cómodos no fue nada fácil, ya que debajo de la carpa solo había piedras, y no teníamos aislante (solo las bolsas de dormir). Pero como ese día habíamos hecho tanto, y la noche anterior habíamos dormido unos pocos minutos, no tardó en llegar el sueño.

– Esperame, Facu – me dijo Guido – no te duermas hasta que yo no me haya terminado de acomodar que me da un poco de miedo todo esto.

– No doy más – le dije. – Además no tenés que hacer nada. Metete en la bolsa de dormir y cerrá los ojos. Fácil.

Somos dos miedosos, por lo que habíamos colgado del techo de la carpa una linterna y la habíamos dejado prendida para dormir. Había empezado a llover y se habían escuchado unos truenos a lo lejos, por lo que me costó conciliar el sueño, pero al final pude quedarme dormido.

Media hora después se había largado una lluvia torrencial.

– ¡Hey! – dijo Guido con algo de desesperación. – Se está mojando la carpa.

– No te preocupes. Como hace mucho frío afuera, se condensa la humedad, y eso es lo que hace que se moje. Pero no es nada. Ni que nos vaya a entrar agua, si tenemos el cobertor puesto sobre la carpa. Quedate tranquilo.

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Génesis 6:17

No fue nada fácil dormir. La tormenta se estaba intensificando: cada vez se escuchaba más fuerte la lluvia y los truenos que escuchábamos a lo lejos se transformaron en rayos que caían cada vez más cerca.

Yo no hablaba. Estaba acostado boca arriba mirando el techo de la carpa. Guido se había metido en su bolsa de dormir, y la había cerrado por completo, por lo que en un momento pensé en preguntarle si no se estaba asfixiando, hasta que me habló:

– ¿Sabías que si un rayo cae cerca de la carpa puede quemarnos por dentro y podemos agonizar por horas antes de morir, mientras van fallando nuestros órganos vitales?

Uno: no, no lo sabía.

Dos: no quería saberlo. Gracias por el dato.

Tres: bien. Todavía Guido no había muerto asfixiado.

Me empezó a dar miedo. Nunca había estado en una situación así. Parecía una mezcla entre La Tormenta Perfecta y La Tormenta del Siglo. Era como si Stephen King y Sebastian Junger se hubieran puesto de acuerdo, hubieran sacado algo de inspiración de la Biblia y hubieran recreado el diluvio universal ahí mismo, en el Cerro Áspero.

La cantidad de rayos que caían era impresionante. No pasaban ni 5 segundos entre rayo y rayo. Estábamos adentro de una tormenta eléctrica, a casi 2 mil metros sobre el nivel del mar y yo pensando en que si caía un rayo muy cerca se me iban a quemar los órganos por dentro e iba a agonizar por horas.

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Primera alarma

En algún momento volví a dormirme, porque me desperté sobresaltado. Alguien me había estado iluminando la cara. Había escuchado ruidos afuera. Me quedé petrificado. La lluvia había frenado un poco, pero todavía había mucho viento y se escuchaban rayos caer a lo lejos. Sentí unas pisadas sobre las rocas.

– ¡Guido! ¡Guido! ¡Despertate! – le grité en voz baja (si, suena raro, pero creo que se entendió). – Hay un tipo afuera de la carpa. Estoy re cagado de miedo.

– ¿Cómo? – me preguntó Guido semidormido. Le expliqué lo que había oído.

Nos sentamos los dos. Guido me dijo que estaba asustado hacía un buen rato también. Intentaba dormirse, y de a ratos lo conseguía, pero cada vez que caía un rayo cerca de la carpa, el sobresalto lo despertaba.

Su modo de protegerse era el mismo que tienen los nenes chiquitos cuando tienen miedo de que un monstruo esté bajo la cama: se tapaba por completo cerrando los ojos y temblando. Claramente eso no iba a proteger sus órganos de una posible (y probable) incineración interna, pero cada cual con lo suyo.

Agarró el parlante JBL que nos había acompañado todo el viaje, y quiso poner música para tratar de aplacar el ruido de la tormenta, ya que había empezado a llover torrencialmente otra vez y los rayos se habían vuelto a intensificar.

– ¿Estás loco? Si hay alguien afuera nos va a escuchar y va a volver. Lo mejor que podemos hacer es quedarnos en silencio.

– Tenés razón. Hay que tratar de dormir.

Yo no pude dormir. Intenté cerrar los ojos. Intenté pensar en cualquier otra cosa. Pero el miedo a que nos cayera un rayo y el miedo a que un tipo estuviera merodeando afuera me superaba. Me encontré temblando. Y no era del frío.

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Segunda alarma

Estaba acurrucado contra uno de los costados de la carpa, intentado dormir, aun sabiendo que iba a ser bastante improbable. La lluvia era tan fuerte que me había empezado a mojar. No me daba cuenta como entraba el agua, y tampoco me importaba demasiado. Despertar mojado era el último de mis problemas en ese momento.

Tenía los ojos cerrados y estaba empezando a soñar, aunque no me daba cuenta de que me estaba quedando dormido, cuando vuelven a iluminarme la cara de lleno.

Quise gritar, hasta que me di cuenta de que lo que me iluminaba era la linterna que habíamos colgado en el techo de la carpa. Había tanto viento que en algunos momentos la carpa se inclinaba para mi lado y la linterna me daba de lleno en la cara. Me reí. Al final mi miedo de que hubiera un asesino estilo La Masacre de Texas era totalmente infundado.

Ya me sentía más relajado cuando de pronto las dos patas delanteras de un animal se apoyaron sobre la carpa. Esta vez sí que no pude ahogar un grito de terror.

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Las cosas empiezan a ponerse feas

– ¿Qué pasó? – Se despertó Guido sobresaltado

– Boludo, hay algo afuera. Un perro, un zorro, un puma… Algo se acaba de apoyar sobre la carpa y cuando grité se fue corriendo.

   – Creo que puede ser un puma. Viven acá en el cerro. Me lo dijo la amiga que me prestó la carpa.

La charla no nos dejó más tranquilos. Al contrario. Guido me contó que los pocos habitantes que había en la montaña tenían problemas con los pumas, ya que atacaban a sus animales y no tenían como defenderse de ellos. Empezamos a decidir como podíamos defendernos si entraba un puma a la carpa. Y terminamos eligiendo al puma frente a los rayos.

   – ¿Qué preferís? ¿Un puma que tire rayos por la boca o un rayo que tire pumas?

– Tratemos de dormir, Sharknado

– ¿Qué es Sharknado?

– Ahh, cierto, Guido. Vos no mirás sagas. Una película…

Mientras nos reíamos, algo nerviosos, la tormenta se iba haciendo cada vez más fuerte. Nunca sentí tanto miedo en mi vida. La carpa se movía para todos lados. Cada vez entraba más agua por los costados. Dicen que, si ves un relámpago, cada segundo que pasa hasta escuchar el trueno son los kilómetros que te separan del lugar desde donde cayó el rayo. Bueno: relámpagos y truenos eran simultáneos.

Estábamos en el ojo de la tormenta.

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Todo se complica

   – ¿Escucharon eso? – dijo Juan, mi hermano, desde la otra carpa.

– ¡Juan! ¿¡Estás despierto!? – le gritó Guido acercándose a la puerta de nuestra carpa para que pudiera escuchar mejor. El ruido del diluvio era tan fuerte que no podíamos escucharlo muy bien.

Acababa de caer un rayo a pocos metros nuestros, ya que habíamos escuchado un ruido ensordecedor, como un golpe seco. El estruendo nos sacudió a los tres. Juan nos dijo que Tomi dormía. No podíamos entender cómo podía seguir durmiendo a pesar de lo que pasaba a nuestro alrededor. Otra explosión.

Ya no me importaban los pumas. Caían tantos rayos, con pocos segundos entre uno y otro, que ya pensaba que por probabilidad al menos uno debía caer sobre nuestras carpas.

Guido estaba metido dentro de su bolsa de dormir otra vez y la había cerrado por completo. Yo me estaba empapando. Pero el agua no entraba ya por la parte baja de la carpa. Nos estaba lloviendo adentro: literalmente la tela estaba completamente mojada y caían gotas de agua desde todos los rincones de la carpa.

– ¡Guido! ¡Guido! ¡Sacá la cabeza y mirá lo que está pasando! ¡Nos estamos mojando!

Guido no quería salir de su bolsa de dormir. Lo tuve que sacudir e insistirle un poco, hasta que se abrió su bolsa y sacó la cabeza.

– ¡Hey! Esto ya no puede ser por la condensación…

– No, Guido, esto no es la condensación. Está lloviendo adentro de la carpa casi como si estuviéramos afuera. Son las 3 de la mañana, estamos empapados, nadie sabe que estamos acá y no tenemos señal. No paran de caer rayos alrededor nuestro. No sé qué vamos a hacer.

La carpa estaba empezando a inundarse. Nos miramos y nos dimos cuenta de que los dos estábamos pensando lo mismo: las cosas se iban a poner muy feas…

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Si quieren leer la cuarta (y última) parte del relato del Cerro Áspero (Córdoba): la peor acampada de mi vida, entren a este link:

Cuarta (y última) parte. El final. Cualquier pregunta o comentario déjenlo más abajo que respondo todos.

Muchas gracias por haber llegado hasta acá 🙂

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